Mejorando el hábitat del desierto con tierra –usar el instinto

Alrededor mío en los pasados seis meses no ha habido más que arena y tierra. Tierra y arena. Y grava (fina y gruesa). Estar en el Sahara argelino, cerca del pueblo de Tindouf, es encontrarse en un trozo de tierra con mucha gente pobre con casas pequeñas, todas de tierra, piedras y zinc o chatarras metálicas. Gente que puede habitar mejor pero que no sabe cómo.

Nunca antes de empezar ese trabajo había estudiado la construcción con tierra; es más, antes pensaba que la única solución para todo problema de edificación sería armarla más, injertarle x números de aceros –imagínese la docencia con profesores que no salen del moderno y ocasionalmente llegan al post, de la máquina de habitar a la de hacer dinero.

Sin embargo, en mis primeras semanas en mis labores aprendí, o hice que aprendía, que para construir con tierra se debe seguir el instinto, percibiendo las condiciones de la tierra, sus pesos y texturas, cómo se mezcla con otros materiales, y para concluir, seguir un proceso de prueba y error en las situaciones en que no tenga ideas claras.
Mi experiencia con la prueba y error eran pocas, y no se adaptaban a la construcción con tierra ni a un proyecto de tan corto tiempo. Obvio, estaba acostumbrado a las recetas de hormigón.

No obstante, justo antes de salir en estas vacaciones de agosto, terminamos un pequeño bloque de sala-cocina cubierto por una bóveda nubiana –la más grande en los territorios saharauis!

La construcción se hizo con albañiles locales, para quienes fue apenas su segunda experiencia en esta técnica –la primera fue la formación previa. La bóveda, valga la modestia, ha quedado espectacular. Algunos podrán decir que no, pero los pequeños errores constructivos como los cometidos son despreciables, entre ellos, por ejemplo, mantener completamente igual la curva de cada uno de los 150 arcos. El que quiera criticar que lo haga haciendo, ¿no?

Después de una buena selección de beneficiario al inicio del proyecto, la construcción tuvo sus vaivenes según los altibajos entre los albañiles mismos, que vivían entre dimes y diretes en su propia lengua. En esos momentos cuando no entendía nada, cuando hablaban y parecía que discutían y supuestamente no era así, hice lo mismo: seguí mi instinto. Las diferencias se resolvieron poco a poco, y en momentos hubo que tomar decisiones que parecían riesgosas –como mantener a un albañil sólo por su gran capacidad técnica aun siendo agitador de grupo sin causa.

Esos momentos, por ahora, quedan atrás hasta mi regreso a los campamentos saharauis. Por ahora me queda en la boca el buen sabor a tierra, a arena y grava. Y a cal. Y la alegre concienca de qu mucha gente ha venido a visitar, a preguntar, a decir que quiere copiar la bóveda. Gente que puede habitar mejor y finalmente puede ver y se anima a preguntar cómo, siguiendo también su instinto.

Comentarios

Jazmín dijo…
wow!
me encanto tu entrada!
Silvia Parque dijo…
Estoy impresionada. La "cosa" se ve hermosa. Y esta reflexión sobre el proceso de trabajo, de creación, es algo valioso.
Felicidades por el logro y por la experiencia.

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