Una visita a la Escuela de Arquitectura de la UASD cinco años después
Un veintitanto de febrero de 2006 recibí mi diploma de graduado de la UASD. Fueron 5 años de estudios (y chercha) que sirvieron de cimientos al profesional que hoy soy. Con todos sus altibajos recuerdo la escuela como un centro entusiasta dentro de la universidad. A pesar de las divisiones políticas y rencillas personales que siempre han existido, el tercer piso de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura estaba lleno de colores, murales, paneles expositivos, estudiantes con maquetas o proyectos en mano. Daba la sensación de escuela.
Hoy, cinco años después, visité la escuela y la impresión fue mas bien desoladora. Con aulas que parecen un campo de guerra concluida, con paredes sucias y paneles divisorios en completa decadencia, mas bien parece un sanatorio de locos del que nadie se preocupa. Casi como Goma, en Congo, pero dentro de un edificio.
Curiosamente en los pasillos encontré algunos profesores, buenos y no tan politiqueros, y a una maestra (hago la división a criterio personal), y al verlos tuve esperanza de un futuro mejor porque sus palabras me dieron a entender que no puede haber peor de lo que ha habido en los últimos años en la dirección; que definitivamente habrá un cambio en las elecciones de la semana próxima.
/Y qué pasaría si no lo hubiera? Sería entrar al infierno después de que se consuma el fuego/
Me quedé con sus palabras, las palabras de esos académicos activos, y las recordaré hasta mi próxima visita, esperando ver que la mediocridad ha cedido un poco a la decencia y a la docencia verdadera. Yo todavía sueño con experiencias enriquecedoras para con los futuros estudiantes –néctar de curiosidad e imaginación. Que despierten y no se estanquen en el misticismo del vago. Que la planta física refleje el ejercicio neuronal. Aparte lo de las dañinas rencillas, el clientelismo, la discriminación, y el acoso.
No será fácil, pero en cinco años se puede hacer algo.
-o-
Una anécdota:
Cuando viví en Venecia me di gusto recorriendo semana tras semana las callejuelas entre canales, buscando lo que no se me había perdido, pero grabando lo más posible de esa bella ciudad. Un día llegó un grupo de estudiantes dominicanos, en su mayoría de arquitectura, acompañados por dos profesores, uno de ellos el actual director de la escuela. Nos encontramos en la Plaza San Marcos, justo frente a la columna del león alado y al Palacio Ducal. De primeras escucho que el guía del grupo les envía a comprar en la plaza, olvidando mencionar algo del lugar donde estábamos. Saco aparte a los dos profesores y les digo que deben aprovechar y visitar el Palacio (Ia basílica estaba cerrada por algun motivo), que será de lo mejor que verán en su “expedición italiana”, y que para colmo es súper barato y que yo les puedo servir de guía porque lo había visitado ya 3 veces. El “señor director” dijo que no, que él no iba a hacer eso, y se esfumó entre gentío y palomas... qué cachaza, co%o.
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