Y así lo quiso el destino: seis días y medio en Tanzania

En un abrir y cerrar de ojos, tratando de dejar atrás las contrariedades de Kigali, me programé para ir a Tanzania. Con un puñadito de contactos que me dieron unos amigos (más bien conocidos) tomé un vuelo hacia la costa, hacia esa idea maravillosa de agua de mar que reverberaba en mi cabeza, como cuando desde mi balcón siendo niño veía el Caribe en el horizonte. Ya en el aire todo indicaba que sería un bonito tiempo: el paisaje era hermoso y las nubes me hicieron soñar en historias fantásticas, como si debajo de cada nube vivieran familias que no pudieran salir de esas sombras y que tratarían de no dejarlas desaparecer con sus acciones pro-medioambientales.

Al acercarnos a la costa vi como el agua de los ríos se transformaba en metal con la luz del sol, y al final era como si Dar es Salaam me sonriera con dientes brillantes.

Ese primer día fui a un centro comercial a la orilla del mar y allí caminé por el estrecho muelle, tomé sopa y comí calamares fritos. Quedé prendado por la luz que caía sobre el paisaje, luz con dejo amarillento como unos ojos conocidos, luz cautivadora de vidas, como si fuera un corazón encendido caminando por el cielo. ¿Acaso podía empezar mejor de ahí? Lo mejor estaría por venir…

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