El arquitecto duplicado
Unos días atrás murió Saramago. Al leerlo sentí que algo se conmovía en mí, algo como una cadena que tira decidida, como si la cadena estuviera hecha con las letras de un nombre conocido. Pues ese nombre era el de la persona que me hizo pensar en Saramago y ponerle atención. La distancia entre yo y el portugués se redujo por esa persona intermedia que consumía sus libros como carcoma en jugosa madera. El último libro que leí de su autoría, “El viaje del elefante”, me hizo sonreir con las cómicas aventuras de Soliman y su cornaca. Entre los libros que no he leído está “El hombre duplicado”, pero durante el viaje en Bélgica me vino a la mente el título.
En Gante, ciudad natal de Víctor Horta, hacía frío y los días no fueron particularmente soleados. El parque delante de la estación central estaba lleno de bicicletas. Tampoco habían múltiples tiendecitas o kioskos como en otras ciudades, mas bien era el escenario de un manojo de gente que o camina o busca su bici y un letárgico kiosko que vende waffles. Cuando se sale de ese teatro, puede uno adentrarse en vías con aceras deformadas y cerradas por las sombras de los edificios de apartamentos. Sobre una de esas calles, curiosamente, no muy lejos de la estación, se levantan dos edificios residenciales muy parecidos, a una distancia de menos de cincuenta metros uno del otro. Para quien pasa veloz son sólo dos edificios con ladrillos cocidos, pero para mí, que no tenía más nada que hacer que mirar edificios, era la muestra de algo más íntimo.
Cuando uno observa las obras contemporáneas de Gehry, por ejemplo, o de Libeskind, no puede evitar pensar en la repetición de las formas, o en cómo su creatividad se refugia en el mismo discurso. Bien Kundera lo propone con su insoportable levedad: la felicidad está en la repetición. Esa repetición vende, se expande y cicatriza en nuestros ojos.
Con un nivel de exhuberancia limitado, los rojos ladrillos y el volumen en bahía blanco en estos dos edificios de Gante representan esa actitud repetitiva en el arquitecto. Esa cadencia tangible es su felicidad, su alegría tal vez nostálgica pero alegría al fin y al cabo; porque quién sabe lo que habrá pasado ese arquitecto... Esta sugerencia repetida se convierte en un murmullo visual que sólo ojos curiosos pueden percibir. Es la prueba silenciosa de que justo ahí existe “un arquitecto duplicado”.
Comentarios
tengo k leer esa too..