Inocencia en perspectiva
En la universidad, el pintoresco profesor A. Guerra nos hacía repetir como pequeñas maquinillas repetidoras japonesas un sinnúmero de trazos y texturas, y con ello mostrarnos el camino samurai hacia la belleza de la profundidad del dibujo, de las sombras rayadas y de los reflejos espasmódicos. Sus artesanales clases de “Técnicas de presentación” eran la sumisión del estudiante a la práctica y al mismo tiempo a la memoria. Su sistema no cambiaba ni para las materias teóricas como “Historia de la Arquitectura”. De igual forma la arquitecta D. La Paix nos guiaba por el camino de los puntos de fuga, como si fueran rayos mágicos de los que nacen espacios, figuras, emociones fijas.
Ahora el computador lo ha cambiado todo, ha cambiado el artesanado de aquellos días, y la perspectiva ya se hace instantánea, obliterada bajo los estándares de ojos falsos digitalmente creados a gusto del ilustrador. Pero, y sólo pero, me pregunto, ¿dónde queda la inocente distorsión infantil?
Fue en Giheke, en mi más reciente viaje al suroeste ruandés, que recordé mi infancia con los bodegones, paisajes, pájaros multicolores y otros motivos que plasmaba con temperas y acuarelas sobre papel. Recordé como les ponía sobre marcos de cartón y les colocaba en venta en las aceras de enfrente de la casa, en donde pasaban los que regresaban del trabajo o los que iban o venían del parque Mirador (vale la pena decir que de una forma u otra los cuadros se vendían de forma regular al precio módico de 5 o 10 pesos a principio de los años 90s).
El recuerdo vino porque en el salón multi-uso de la escuela secundaria de Giheke había una representación gráfica del recinto con una vista aérea muy particular, que me hizo recordar las divagaciones de un niño, o de cuando yo era niño, o lo que creo que pensaba cuando lo era, y el poder de las imágenes, de lo visto o de lo que se quiere ver, y lo que se puede representar a partir de eso en esa etapa de vida.
Dicha imagen, a pesar de su increíble contorsión, es considerada una imagen de poder, o al menos, de importancia local. En una visita a la oficina del sector municipal, el representante ejecutivo, además de la invariable foto observadora del actual presidente, tenía dos copias enmarcadas de la citada representación de la escuela. Probablemente las tiene por lo imponente de la escuela, que se ve desde la carretera como un pedazo del cielo católico en medio de una diabólica carretera, aunque para ser sincero, cada vez que las miré pensaba que las tenía por el valor de la niñez.
Para el final del 2010, espero que otros niños dibujen orgullosos, en grandes murales, las veintiún escuelas que estamos apoyando, escuelas que fueron seriamente afectadas por un terremoto, y no protegidas y bendecidas por Dios como Giheke. Más orgullo local, tal vez igual de distorsión en la perspectiva, pero más oportunidad de educación.
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