El bautizo
Un mes atrás estuve en un bautizo. Hacía ya un tiempo que no entraba en una iglesia y esta, en Kicukiro, tenía una disposición extraña de las butacas: los asientos estaban colocados en sentido perpendicular a la nave central (posterior a eso visité la iglesia de San Michel y la disposición fue más rara aún: radial con el atrio en una esquina). En cierto modo la disposición perpendicular hace que todos estemos más o menos cerca del cielo, o al menos de su representante en el recinto mortal. Como si no hubiera que hacer fila larga porque hay varias puertas de entrada o que no hay que arrodillarse y gastar los huesos para ver a linda.
El cura que presidía la ceremonia, como era de esperarse, era "de color" (Berlusconi diría "bien bronceado"). La celebración fue en lengua local, lo que favoreció mis divagaciones, y en ellas llegé a mi infancia y recordé al Padre Severino. El P. Severino era el único sacerdote negro entre los blancos, españoles de la “secta escolapia” (como sugiere Arturo Belano de su escuela, la calasanzia puede ser íntima del Opus Dei).
Severino falleció en Junio o Julio del 2009. Mi madre me lo contó y tuve que BUSCARLO ONLINE PARA CREER. A pesar de cualquier rabieta que un infante puede tener (como la que me contó Tena sobre el intento de asesinato con cuchillo de plástico) recuerdo de buena forma al P. Severino. Casi como un cuadro impresionista, con trazos llenos de luz que confunden de cerca y que de lejos maravillan. Él nos daba clases de arte (los escolapios no lo dejaban dar ciencias o letras) y nos provocaba a imaginar cielos anaranjados hechos con tempera, o colinas hechas con habichuelas y guandules, o relieves mitológicos hechos con las láminas de seguridad de aluminio de las latas de leche Nido. Recuerdo una vez me intentó convencer de tomar el camino del Señor; y también recuerdo la misa para niños que hacía en una iglesita a 300 o 400 metros del Colegio. Recuerdos que se diluyen en los ríos que llevo detrás de los ojos.
Severino era un hombre bueno.
Recordarle me hizo pensar en el marco espacial en el que me movía cuando niño, con un centro definido entre la Avenida Lincoln y la Máximo Gómez, el Malecón y la Avenida José Contreras, con regulares excepciones hasta la Avenida 27 de Febrero para comprar 4 panes de 5 pesos en el Supermercado Nacional. Ocasionalmente las excepciones incluían ir al Conde o al Ensanche Ozama con mi abuela, para comprar café o para visitar al abuelo. La excepción extrema era Alma Rosa I, donde viven mi otro par de abuelos.
El bautismo me hizo recordar también las fotos de mi propio bautismo. Recuerdo a tío Heri con bigotes (creo) y mi madrina con vestido blanco. Recuerdo mucha gente sonriente. Recuerdo la típica foto dominicana del niño encuero en una batea plástica.
La ceremonia de bautizo llegó a su fin y yo desperté cuando vi al cura desaparecer. Como si hubiera terminado el hipnotismo. Él desapareció rápido y sin mirar atrás, como viento cortado por una espada.
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