La escalerita de Gulliver


En el 2007 recuerdo que la Secretaría de Obras Públicas organizó unas reuniones para una regulación sobre escaleras de emergencia. A las reuniones asistieron profesionales y mensos profesionales. También los pintorescos profesores uasdianos y los más pintorescos profesores unibeños. A la reunión que asistí, como si fuera una reunión de política, se habló mucho y no se concluyó en nada que no fuera programar una próxima reunión. A esa otra no asistí. Tampoco sé en qué terminó.

Más allá del parloteo de esa primera, la discusión enriqueció mi punto de vista sobre el tema del diseño arquitectónico-estructural y la seguridad pública. Recuerdo las extremas negativas a limitar la escalera de emergencia a una caja (o pegote) al lado del edificio, y dejarla libre a los diseñadores. Luego los técnicos evaluadores se las bandearán para confirmar si la escalera es estable o no.
Cuando fuí a Eskisehir, recordé toda aquella parafernalia y verborrea con un solo edificio: la escalera de emergencia era un injerto sobre la pared de este edificio.

Para más agregar, detalles artesanales como las antenas parabólicas adjuntas, la inconclusión del recorrido y las diminutísimas ventanas (por las que se accede engurruñándose en forma de feto) son dignos de incluir en un manual de mala práctica popular.

Ese post es la evidencia y una lección aprendida con la vista.
Es mejor que no se prenda en fuego la librería que está abajo, en el primer nivel.
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