Corbusierhaus: sentirse en Lilliput


Cerca del Olympiastadion, donde juega el Hertha, como a unos 10 minutos de caminata, está la Corbusierhaus –una versión de la Unité d’Habitation de Le Corbusier. El edificio se levanta solemne sobre un alrededor de línea baja, como si fuese un monumento orgulloso.  Afuera, una indicación me confirma que ese es el edificio que busco. Paseo por el patio que le rodea y tomo algunas fotos. Me imagino el millar de gente que debe vivir ahí, y lo raro que parece todo el complejo. Las fachadas laterales son duras, planas y grises. La pintura en los balcones no reduce la seriedad de la propuesta.

Entro al vestíbulo y no encuentro más que una explicación en letras e imágenes del proyecto. Pregunto al tipo de la bodega si se puede subir, pero no habla inglés. Me arriesgo a subir las escaleras y explorar uno o dos niveles. Abro la puerta y el pasillo me asusta: parece de un hospital con los cientos de puertas a cada lado, y la baja altura del cielo raso. Pienso que es para que las personas quieran entrar rápido a su departamento. Explorando los otros niveles realizo que no es un error; se repite igual. Los departamentos son escuetos, sencillos, adecuados para una familia simple.

Salgo del edificio y lo exploro nuevamente desde fuera. Es un pueblo comprimido en un edificio. Qué rayos, podría vivir así? No me siento capaz. El problema es que parece deprimente. Después de tanta lucha por libertades físico-emocionales, quedar reducido en ese espacio parece ir contra-natura.
Eso me recuerda una entrevista que le hacían en la Rai a Gregotti, quien defendía esa arquitectura con intensidad. El tipo está cerca de ese tiempo, y si mal no recuerdo mencionaba que conoció a C.E. Jeanneret en persona, pero dudo que su residencia actual guarde esos principios racionales de 4 ó 5 décadas atrás.

El modulor me despidó con la mano en alto. La caminata de regreso a la estación eran los mismos 10 minutos de antes.

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