Un gran país en proceso de desarrollo. Comentarios de una breve experiencia en Turquía.



La Turquía es un país extraño para un latinoamericano normal. Ubicado en el límite entre Europa y Asia, a pesar de la historia, no existe una idea clara sobre qué es o qué hay.

Así llegué con los pies y mente ignorantes a la tierra de Atatürk –y del por mi leído Pamuk–, pisando la gran Estambul. Con el dato aproximado de una ciudad de cerca 15 millones de personas, puedo decir que la impresión es abrumadora desde que el tráfico extiende la ruta aeropuerto-centrociudad.

La peatonal Istiklal y la Plaza Taksim rellenas hasta el tope en un frío fin de semana son simples señales de que es una marea humana. Edificios de hasta 11 pisos luego de alejarse hora y media desde el centro de la ciudad… Una mirada desde la torre Gálata o del Bósforo desde el Palacio Topaki pueden saturar una mente normal. Entonces es necesario tomar un çai (té).



Sin embargo, de costado ­–pero muy cerca– están otras realidades que más bien se acercan a la relajada Latinoamérica en lugar de a los estrictos vecinos europeos. Con parajes interiores rodeados de siglos de historia, el turismo se hace dueño de los turcos generando una macro-economía para los pequeños empresarios. Los antecedentes árabes se sienten en la cantidad de mezquitas, pero la gente accede –sin exagerar– al doble sentido, a la crítica de temas de vulgo, al uso del teléfono móvil mientras se usa el velo negro de dama fiel de Alá. Imposible discutir sobre Atatürk, padre de no sólo de una nación sino de un nacionalismo único –pienso– en el mundo.

De casi 71 millones de personas, un 70% está en condiciones aceptables, porque viven “en la ciudad”; a pesar de esto se siente el calor de la gente, la camaradería… La tierra de la luna y estrella sobre sangre arroja caras sonrientes y ancianos labradores de su propia jubilación en la tierra. Niños que juegan por la calle. Adultos que apuestan en su backgammon o al “dominó turco” olvidándose del tiempo y disfrutando la vida. Me recuerda mi tierra. Incluyendo las sonrisas desdentadas. Es la belleza del incompleto.

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