Arquitectura del bien y del mal
Cada autor de obras de arquitectura, en las distintas formas que esta puede expresarse, conoce su marco de trabajo o en algunos casos los límites que no debe (o puede) pasar. Estos límites son particulares para cada autor, y eso es lo que determina el amplio espectro de interpretaciones posibles para una misma obra. Y es que cada intérprete es dueño de sus límites –estos tan variados como serían culturales, tecnológicos, sociales, expresivos, entre otros–.
El nivel de apropiación de esos límites viene dado por circunstancias diversas, entre las que tenemos la educación, la experiencia y la práctica de la arquitectura. Estas circunstancias van definiendo, durante el proceso de maduración educativa y profesional, la personalidad del arquitecto. Es eso lo que determina su mayor aprecio por ciertas teorías y por ciertas prácticas históricas. Es eso lo que determina también los cambios que puede dar a esas teorías y prácticas –quizás no tan históricas– y convertirlas en una variante personal. Y digo variante personal porque en el tiempo que vivimos, con el acceso casi descontrolado a la información (sin calificar como correcta o no) y con el deseo de hacer prevalecer intereses personales, es dificil imaginarse la unificación masiva de criterios.
Pero el tema aquí no es discutir cómo se crea un arquitecto, sino entender que la percepción de las obras arquitectónicas por parte de los mismos arquitectos siempre dependerá de la subjetividad con que cada uno la perciba, sin importar los patrones de lenguaje usados en la obra en sí. Esto es, la obra arquitectónica puede llevar un mensaje bajo signos acuñados por distintas tradiciones, pero este significado sería apreciado de forma distinta por cada arquitecto según sus preferencias particulares. Y he aquí cuando se puede producir una reacción calificativa correcta dentro de un gusto particular.
Sin embargo, en este mundo de multiplicidades la arquitectura mantiene algo de forma pernenne para el hombre: la plena posibilidad de interacción espacial. Esto demarca un rango de acción muy amplio, que puede ser abarcado desde tantos puntos de vista como visto desde distintos puntos, por lo que es conveniente respetar tanto al autor de la obra, como a las distintas interpretaciones consecuentes.
Cierto es que la existencia de obras merece críticas –y no sólo las deficientes–, pero estas deben ser llevadas en un nivel adecuado a la profesión, antes que convertirse en una somera e infinita discusión del bien y del mal, parcializada por gustos adquiridos.
El nivel de apropiación de esos límites viene dado por circunstancias diversas, entre las que tenemos la educación, la experiencia y la práctica de la arquitectura. Estas circunstancias van definiendo, durante el proceso de maduración educativa y profesional, la personalidad del arquitecto. Es eso lo que determina su mayor aprecio por ciertas teorías y por ciertas prácticas históricas. Es eso lo que determina también los cambios que puede dar a esas teorías y prácticas –quizás no tan históricas– y convertirlas en una variante personal. Y digo variante personal porque en el tiempo que vivimos, con el acceso casi descontrolado a la información (sin calificar como correcta o no) y con el deseo de hacer prevalecer intereses personales, es dificil imaginarse la unificación masiva de criterios.
Pero el tema aquí no es discutir cómo se crea un arquitecto, sino entender que la percepción de las obras arquitectónicas por parte de los mismos arquitectos siempre dependerá de la subjetividad con que cada uno la perciba, sin importar los patrones de lenguaje usados en la obra en sí. Esto es, la obra arquitectónica puede llevar un mensaje bajo signos acuñados por distintas tradiciones, pero este significado sería apreciado de forma distinta por cada arquitecto según sus preferencias particulares. Y he aquí cuando se puede producir una reacción calificativa correcta dentro de un gusto particular.
Sin embargo, en este mundo de multiplicidades la arquitectura mantiene algo de forma pernenne para el hombre: la plena posibilidad de interacción espacial. Esto demarca un rango de acción muy amplio, que puede ser abarcado desde tantos puntos de vista como visto desde distintos puntos, por lo que es conveniente respetar tanto al autor de la obra, como a las distintas interpretaciones consecuentes.
Cierto es que la existencia de obras merece críticas –y no sólo las deficientes–, pero estas deben ser llevadas en un nivel adecuado a la profesión, antes que convertirse en una somera e infinita discusión del bien y del mal, parcializada por gustos adquiridos.
tuliomateo
Julio 2, 2005
Julio 2, 2005
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